19.3.07

Recuerdo blanquecino

Escapando de un arenoso dormir, mi lengua me despierta. Cerveza, quesadillas de pescado y yacer al sol hacen de mí un camarón hervido y pelado, cuya memoria va perdiendo el recuerdo de lo soñado. ¿Eluba?
Trabajosamente separo los párpados. Permanezco quieto, frente a la bahía, los anfibios juegan, repitiendo sus mejores actos. En las alturas, una rana paracaídas; sobre el agua, flota un sapo casi blanco, más bien blanquecino. ¿Váluma?
Mi lengua comienza a relajarse. Tenues olas alcanzan a mojar mis quemados pies. Roto mis globos oculares. Veo legiones de leones y elefantes marinos, proclives al apareamiento, ostentando coloraciones, formaciones de grasa y arena, excrecencias exóticas. ¿Honulaga? ¿Ulga?
Devuelvo mis ojos a la bahía. En la superficie ondula con vigor un delfín amarillo con acentos negros. Mi lengua saliva un poco para conservarse fresca. Me parece agradable, un delfín. En el aleta dorsal, una mano. Un cuerpo, blanco como el de un albatros albino, se deja llevar. El delfín incrementa su fuerza, el pasajero se desprende y su planeo acuático termina en una pirueta. La figura baila hacia la caída con una gracia inesperada. Trago saliva. Las ranas aplauden, los leones y elefantes envidian. El delfín se sumerge.
Cierro los ojos. Trato de recordar ese nombre, antes de que el estío y el ocio lo borren. ¿Murega? ¿Lugala? ¿Demaga? Lo tengo en la punta de la lengua. -Beluga, me llamo Beluga- me dice ella, acercándome su lívida y fría piel recién salida del mar.